Nuestros montes, que parece ser el significado de la palabra Aurrulaque, merecen protección. Aunque se ha dicho que no estamos a la altura de la Sierra del Guadarrama, en el sentido de que no la cuidamos como deberíamos, en ocasiones el espíritu de conservación de nuestra sociedad se muestra fuerte.
Bajo el nombre “Un punto de partida”, en alusión al Proyecto del Parque Nacional de las Cumbres de la Sierra de Guadarrama, ha tenido lugar el sábado 30 de junio la 29 edición del Aurrulaque. Tras la habitual cita de las 9.30 en el Centro de Información del Valle de la Fuenfría se ha marchado hasta el mirador de Luis Rosales. Según contaba un asistente, las primeras ediciones servían para construir alguna fuente o hito en el camino, pero hoy solo han quedado grabadas en nuestras cabezas las palabras del manifiesto a cargo de Francisco Laporta. El coloquio posterior nos ha hecho reflexionar sobre lo que el futuro parque nacional aportará a la sociedad, y nuestra labor como protectores del mismo. Al acabar una corriente térmica elevaba la gorra de un asistente levantando las miradas, mientras se mantenían los pies en el suelo.
Manifiesto a cargo de Francisco Laporta
Si mis datos son correctos, esta debe ser la vigésimo novena edición de nuestra pequeña pero valiente marcha del Aurrulaque. Y sorprendentemente hemos llegado, no a una meta, y menos a la meta que muchos apetecíamos, sino tan sólo a un «punto de partida», como dice el lema de nuestra convocatoria de hoy.
Lo que sucede es que, pese a todo, ese punto de partida también es una meta, y una meta nada desdeñable: el reconocimiento, o un paso importante en el reconocimiento, de la sierra de Guadarrama como Parque Nacional, con todo lo que ello supone en punto a conservación y protección de su paisaje y su riqueza natural.
Estoy seguro de que esa meta y ese punto de partida, ese reconocimiento, por tacaño que sea, se debe también un poco a quienes año tras año han cogido el macuto por estas fechas y se han venido «vereda alta» arriba hasta la pradera de Navarrulaque o a este Mirador para avisar a quien quisiera oírles que la sierra de Guadarrama peligraba, pero no estaba sola, ni era muda.
Es decir, se debe también a los participantes en los aurrulaques de todos los años y, muy especialmente, a quien ha sido siempre el animador, ánima, alma de todos ellos: Antonio Sáenz de Miera. Él ha conseguido con esta convocatoria anual, con su tenaz columna en la prensa (esa especie de gota malaya semanal en favor del Guadarrama), con sus libros, su incesante inventiva de grupos, amigos, asociaciones, excursiones simbólicas y todos sus imparables y generosos ires y venires, ha conseguido, digo, que estos montes hablaran y dijeran lo que necesitaban decir.
Porque los montañeros no se engañan: saben bien que cuando hablan ellos de la protección de la montaña, es en realidad la montaña misma, las praderas y los pinares, los collados y los cerros, los que utilizan su voz para hablar por sí mismos y pedir esa protección.
Y también lo ha hecho así esta sierra de Guadarrama, incluso lo ha hecho muy reconocidamente, porque siempre ha encontrado para expresarse y hablar voces memorables que dijeran lo que ella quería decir: Casiano del Prado, Giner de los Ríos, Antonio Machado, Constancio Bernaldo de Quirós, y tantos otros. Hoy hay muchos más que entonces, científicos eminentes, o montañeros, o simples aficionados como yo, pero seguramente en estos días su portavoz más hondo y representativo es Antonio Sáenz de Miera, al que ya tenemos que añadir a esa importante nomina que representa tan profundamente la actitud lúcida y moderna hacia la conservación de la naturaleza en la España contemporánea.
Un punto de partida», nuestro lema de hoy, quiere decir exactamente «sólo, nada más que, un punto de partida. Es una expresión que trata también de advertirnos, nos indica que seamos cautelosos, que no lo demos todo por hecho. Ese punto de partida es, desde luego, algo en lo que veníamos insistiendo hace años: La sierra de Guadarrama es «un espacio natural de alto valor ecológico y cultural, algo transformado (quizás demasiado transformado) por la explotación o actividad humana, que, en razón de la belleza de sus paisajes, la representatividad de sus ecosistemas o la singularidad de su flora, de su fauna, de su geología o de sus formaciones geomorfológicas, posee unos valores ecológicos, estéticos, culturales, educativos y científicos destacados cuya conservación merece una atención preferente y es de interés general.
Esta parrafada, que no es sino la definición de «Parque Nacional» que da la ley vigente de 2007, fue siempre para nosotros obvio, y ahora va a ser una realidad jurídica también. Tras aquellas voces históricas y las voces de hoy, vendrá la voz del derecho, de las normas jurídicas, a expresar lo que siempre dijimos, lo que siempre dijo de sí a través de nuestras voces y de nuestra pequeña marcha la sierra de Guadarrama misma.
Pero es sólo el principio: En realidad lo que tenemos no es todavía el reconocimiento, es sólo el informe favorable del Consejo de la Red de Parques Nacionales, un informe preceptivo que es previo a la tramitación en las Cortes de la Ley correspondiente.
Y es un informe que tiende a mejorar las cosas: de hecho parece querer incorporar al proyecto otra de las zonas que muchos venían reivindicando: el pinar de Valsaín. Pero es sólo un paso – sin duda importante – pero sólo un trámite previo hacia la presentación del proyecto como ley por parte del Gobierno. Su tramitación parece hoy por hoy irreversible, pero conviene siempre estar sobre aviso, tanto las autoridades competentes (Gobierno y Parlamento) como, por supuesto, nosotros mismos, por lo que puede suponer esa tramitación tanto en lo positivo como en lo negativo: en lo positivo porque no es imposible que su discusión en el Congreso pueda, como debe, mejorar y profundizar el proyecto.
Los Parques Nacionales, como hemos oído antes, forman parte del interés general. ¡General!. No de partido. ¡Que dejen ya los partidos de andar a la greña y recuperen la dignidad del interés general! Y en lo negativo porque tampoco es imposible que los sempiternos intereses miopes de la región o las visiones cicateras de lo que es la protección del medio vuelvan a hacer su aparición en la discusión parlamentaria del proyecto. Para empujar en la dirección positiva y frenar la negativa estaremos nosotros como voz de la sierra.
Y es un punto de partida» también porque a nadie le sorprenderá oír que nos sabe a poco. No es cosa de mencionar aquí los espacios de la sierra que nos hubiera gustado ver dentro del proyecto; casi todos los conocéis. Estaban muy bien delimitados en el excelente Plan de Ordenación que dirigió Martínez de Pisón. Se han debatido y defendido ya en muchos foros. Lo que aquí procede hacer – como un aspecto más de este manifiesto – es anunciar que nos anima la actitud de ampliar a la condición de «parque» sectores importantes de la llamada «zona periférica de protección» que pueden ser considerados con toda razón integrantes naturales del parque.
Ese nombre que lleva el proyecto: «Cumbres» de la sierra, puede significar también que nos hemos ido demasiado alto para no enfrentar los problemas de más abajo. Pero todos sabemos muy bien, y lo sabemos no por ciencia infusa sino porque lo andamos todos los días, que después de las cumbres vienen las laderas y después de las laderas el piedemonte, y que todo ello forma una unidad viva que es estúpido tratar de compartimentar.
Eso no significa que no haya problemas, y problemas serios que no desdeñamos. Creo poder afirmar que quienes aquí nos reunimos no practicamos ninguna suerte de fanatismo o «fundamentalismo» conservacionista.
Pero eso no significa que no mantengamos una posición firme en favor del incremento de la protección de nuestra sierra. Tenemos conciencia clara de que un parque nacional situado a menos de una hora de una conurbación de seis millones de habitantes está siempre sometido a una presión muy alta que es una amenaza potencial de degradación.
Nuestros montes miran porque los montes no sólo hablan, también miran – y nuestros montes miran con miedo a esa aglomeración humana. Haberlo ampliado más – incrementando las medidas de protección – nos hubiera parecido, a nosotros y a ellas, no sólo más satisfactorio sino también más sensato. Y en esa actitud estaremos de ahora en adelante. Trataremos de que el Parque, como algo vivo que es, se mueva para ampliar su perímetro y ocupar enclaves y zonas que se han dejado fuera pero que le pertenecen por naturaleza.
Es una actitud exigente que viene también de experiencias no muy afortunadas del pasado y de noticias deplorables del presente. Como la maquinaria jurídica de nuestro país es tan peculiar, podemos reconocer legalmente una rigurosa protección del medio ambiente y actuar en el día a día como si no existiera.
Ya perdimos la batalla con aquella obstinación de los cañones de nivificación artificial que dieron lugar a una intervención lesiva con un resultado inútil. Alimentemos la esperanza de que ésta como otras antiguas equivocaciones relacionadas con el esquí puedan ser corregidas con el tiempo. Y ahora, con el proyecto de parque en marcha, observamos con cierta preocupación alguna contradicción más: por ejemplo, que vaya a protegerse el parque de la navegación aérea (no se podrá sobrevolar a menos de quinientos metros; que ya es menos que los criterios avanzados por la ley), y que se decida casi al mismo tiempo, no se sabe muy bien por qué organismo, que una etapa de la vuelta ciclista a España, orquestada por algunos helicópteros de vuelo casi rasante, tenga su meta nada menos que en el alto de las Guarramas o Guarramillas, en la llamada, después de otra vieja intromisión lesiva, Bola del Mundo.
Y entonces, nosotros, claro, nos preguntamos: ¿Para esto van a servir los enclaves que se han dejado fuera del proyecto? ¿Es que eso de la etapa ciclista tiene algo que ver con el fomento del deporte, o tiene que ver más bien con un espectáculo mediático y publicitario que arrastra a la sierra una multitud invasora que ignora todo lo que se puede pensar que es un parque nacional? ¿Cuál es la autoridad «educativa» competente de la que dependen estas cosas? Y es esa percepción de que podemos vivir contradicciones así lo que nos invita a mantener nuestra actitud de alerta.
Como ya hemos visto en la deplorable cumbre mundial llamada «Rio+20», los aspavientos exteriores de preocupación por la naturaleza pueden convivir perfectamente con la dejación más absoluta de las responsabilidades correspondientes.
También eso pasa entre nosotros. No faltarán a partir de ahora propuestas más o menos peregrinas relativas al futuro parque nacional destinadas a excitar el eco-consumismo como fórmula de hacer de las zonas naturales una suerte de parques temáticos de recreo. Sin embargo ya es hora de que se empiece a decir en voz alta que estos espacios naturales están y deben de estar, lisa y llanamente, fuera del comercio económico y del consumo compulsivo.
No sé si eso será «sostenible» o no será «sostenible» en términos de hoy. Hace siglos que viene sosteniéndose por sí sólo sin necesidad de esa nueva jerga. Y ello, naturalmente, no ha excluido nunca los usos agrícolas y ganaderos bien engarzados en el medio, ni la explotación forestal racional. Y mucho menos, por supuesto, los usos deportivos o pedagógicos. Pero dejemos ya de inventar expedientes destinados a provocar la compra masiva del kit completo de mountain bike en los grandes almacenes.
Ocupémonos más de velar por los habitantes de los municipios de la zona de influencia económica afectada por la declaración de Parque Nacional. Tomemos iniciativas destinadas a evitar que vean tal declaración como una suerte de expropiación de lo suyo. Porque ellos son los cuidadores del Parque, su paisaje humano natural, y deben ser compensados para que sigan siendo sus más celosos guardianes. Y el parque será su mayor riqueza. La riqueza de todos.
Investigador del Laboratorio de Ecologia Alpina (CNRS-UGA) en Grenoble e investigador asociado en el Basque Centre for Climate Change en Bilbao.
Deja una respuesta