Reflexiones: ¿Prohibición o regulación?

Las actividades de montaña en el complejo marco del medio natural

Escalada, alpinismo, senderismo, carreras por montaña, bicicleta, descenso de barrancos, recogida de setas, observación de fauna, fotografía, espeleología, parapente… El abanico de actividades deportivas que podemos desarrollar en el medio natural es extremadamente amplio, y el número de practicantes cada vez más alto.

A su vez, medio natural y espacio protegido comienzan a ser sinónimos. Estamos hablando de Parques Nacionales, Naturales, Paisajes Protegidos, zonas Red Natura 2000 – ZEPAs, ZECs, LICs-, reservas de la Biosfera, Lugares de Interés Geológico y muchas otras figuras…

En estos espacios protegidos, y en otros sin protección, habitan especies protegidas (en peligro de extinción, sensibles, de interés comunitario…), y otras muchas que a pesar de no estar catalogadas deben ser protegidas bajo el amparo de las leyes.

A todo esto hay que sumar el régimen de propiedades (montes públicos, privados, comunales…), y otras actividades no deportivas o tradicionales como la ganadería, agricultura, caza, pesca, explotaciones mineras… y tendremos una ecuación bastante compleja e interesante.

Ante tal multitud de factores comienzan a aparecer problemas. Y de ellos nace la necesidad de la regulación de las actividades por parte de la administración. El punto de vista más romántico, explorador o aventurero de la montaña comienza a desaparecer.

Algunas preguntas y reflexiones

Nunca llueve a gusto de todos. A veces se regula y a veces no. A veces las regulaciones funcionan y otras veces no. A veces se prohíbe. A veces se regula pero la administración es incapaz de aplicar tal regulación. A veces no se hace nada. Ante tal abanico de situaciones es habitual escuchar argumentos como: “regulación si, prohibición no”, “prohibir es lo fácil”, “hace falta una regulación flexible”, “hay que tener en cuenta a todos los colectivos para llegar a un consenso”… etcétera.

Pero, ¿y si la regulación no siempre es posible? ¿y si la supervivencia de determinada especie es absolutamente incompatible con el desarrollo de una actividad? O si existen dudas, ¿debe respetarse el principio de precaución? ¿son los colectivos de montañeros o practicantes de una actividad capaces de aceptarlo? ¿y si no existe un punto medio que satisfaga a todas las partes? ¿hasta qué punto están los usuarios del monte dispuestos a renunciar?

Numerosos ejemplos ponen de manifiesto la enorme complejidad del conjunto uso-conservación: en el Pirineo aragonés la supervivencia del Urogallo se ve afectada, además de por muchos otros factores, por las carreras de montaña, o la construcción de nuevos refugios. Se abren vías de escalada en el prepirineo atravesando nidos históricos de Águila Real o Quebrantahuesos. El primer borrador del plan de recuperación de la Rana Pirenáica, que planteaba importantes prohibiciones y restricciones en la práctica del barranquismo, se retira ante el rechazo de empresas de turismo activo y ayuntamientos…

Frente a la despoblación rural y el cambio de modelo socioeconómico, la práctica de muchas actividades deportivas en el medio natural es casi el único medio de desarrollo económico de la zona. Ante tal situación cabe preguntarse, ¿qué es más importante; la conservación de una especie o ecosistema, o que las personas del entorno puedan vivir en él? La respuesta fácil sería que todas las actividades son compatibles, pero, ¿y si no lo son? ¿Qué nuevos modelos podemos generar para mantener la población con un grado aceptable de bienestar humano que no sean incompatibles con la conservación de la biodiversidad?

Algunas conclusiones (mías)

Ante el boom de las actividades de montaña es necesario tener en cuenta un principio: debe primar el interés general. Por ejemplo, un escalador no debería abrir una vía que nunca nadie va a repetir en una pared virgen donde existen nidos solo por su satisfacción personal. Aunque hay quien no lo entiende, el monte no es de todos. Efectivamente hay montes de uso público, pero también los hay privados. Aunque pese, cada propietario decide. La clave está en buscar la manera de que ambas partes se entiendan, si es que esto es posible.

No todas las cimas deben subirse, no todos los caminos atravesarse, ni todas las paredes escalarse, por decir algo. Hay que renunciar. En este sentido, las prohibiciones también son necesarias. No pasa nada por dejar zonas libres de nuestra actividad, o por no realizarla durante determinadas épocas.

Por muy respetuosa que sea una actividad, el mero hecho de su existencia implica un impacto sobre el medio. La clave reside en si éste es asumible o no. Habitualmente la percepción social de un daño ambiental causado por una actividad es la existencia o no de basuras, papeles, excrementos… Sin embargo este no es el único problema. Un bañista pulcro y sigiloso, que aparentemente no deja ni rastro de su presencia, puede echar a perder la puesta de un anfibio.

Queda expuesta la enorme complejidad del binomio conservación del medio natural-práctica de actividades. Un amplio abanico de opiniones e intereses, casi siempre dentro de un marco antropocentrista, aparece en cada problemática. Siempre es difícil, y en ocasiones será imposible, llegar a soluciones para los problemas que surgen día a día en el medio ambiente y el mundo rural. Sin embargo, se abren nuevos puntos de vista, herramientas, cauces y líneas de investigación que permitirán en un futuro acercarnos a soluciones más satisfactorias, que en cualquier caso siempre exigirán respeto, humildad, trabajo y amplitud de miras. No obstante, 3, 2, 1… queda abierto el debate.

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Ingeniero Técnico Forestal, Máster en Restauración de Ecosistemas. Compagino mi trabajo como Agente para la Protección de la Naturaleza con mi afición por la fotografía, la escalada, el alpinismo y la montaña en general.

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Álvaro Escribano

Ingeniero Técnico Forestal, Máster en Restauración de Ecosistemas. Compagino mi trabajo como Agente para la Protección de la Naturaleza con mi afición por la fotografía, la escalada, el alpinismo y la montaña en general.

2 comentarios

  1. Ignacio Palomo

    Muchas gracias por la reflexión. Desde luego, en ocasiones aunque una regulación sería lo ideal, se prohibe por dificultades prácticas. Y a veces justos pagan por pecadores. Pero hay que entender que nuestra actividad en el entorno causa un impacto importante y que hay que tender hacia formas más sostenibles de estar en la montaña. Una prohibición que puede parecer exagerada hoy, dentro de 5 o 10 años puede verse como algo natural además de necesario.

  2. Elisa Oteros Rozas

    Gracias por plantear el debate de forma compleja y con esa amplitud de miras. Coincido plenamente con tus planteamientos. Sin embargo, me da la sensación que, especialmente en algunas zonas (ejemplos hay en el Pirineo o en la Sierra de Guadarrama), últimamente en la ecuación se priorizan (polarizan) usos recreativos y de conservación (¿o lo que también llamamos “valores de existencia”?), dejando de lado las actividades agrarias tradicionales. Personalmente interpreto esto como consecuencia pero también causa de la terciarización y espectacularización del medio rural y de las montañas en particular. ¿Por qué damos por perdidos los usos agrarios como la ganadería extensiva? ¿Por qué algunos/as montañeros/as apasionados y residentes en estas zonas en ocasiones se interesan entre poco y nada por promover una economía rural diversificada (por ejemplo consumiendo local o acercándose a los campesinos)? ¿Por qué tampoco lo hace un cierto perfil de ecologistas conservacionista? En mi opinión son todas caras de un mismo problema: vivimos en una sociedad de consumo cortoplacista con poco tiempo y ganas de pararnos a reflexionar y debatir sobre nuestros impactos y sobre todo, con poca fuerza de voluntad para renunciar a nuestros valores o deseos cuando estos comprometen los de otras personas. Mucho trabajo nos queda a todas…

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