Vivimos un momento único en la historia de la Tierra. La velocidad del aumento de las temperaturas a nivel global no tiene precedentes en la evolución del clima del pasado. A escala mundial, el promedio de la temperatura global ya está 1.2 oC por encima del promedio de la época preindustrial. En las montañas, el aumento ha sido aún mayor, de entre 1.2 y 1.5 oC en los Pirineos y entre 2 y 2.5 oC en los Alpes.
La historia del alpinismo ha sido una historia de adaptación. No obstante, en las últimas décadas y años recientes, la alta montaña y los entornos polares están respondiendo de manera muy acelerada a los cambios que el clima está sufriendo recientemente, en concreto elementos criosféricos como los glaciares, la nieve y el permafrost. La respuesta de dichos elementos está – en algunos casos – comprometiendo la realización de actividades, cambiando la estacionalidad y, en general, suponiendo un reto añadido en la gestión del riesgo de montañeros, alpinistas, guías de montaña y otros profesionales de la montaña. En este breve artículo nos centraremos en comprender cómo esta cambiando la alta montaña cercana, para así poder adaptarnos mejor a dichos cambios.
Los glaciares pirenaicos han sufrido un acelerado retroceso desde los años 80, pasando de 39 glaciares que ocupaban más de 800 hectáreas en 1984 a 21 glaciares en 2021 (230 hectáreas). Solo entre 2011 y 2020 los glaciares adelgazaron de media 6,3 metros aunque en muchos de ellos ha habido pérdidas de grosor locales de más de 20 metros. Estas masas de hielo se encuentran en un claro desequilibrio respecto a las condiciones ambientales actuales; por un lado, presentan muy poca acumulación de nieve que perdure durante el verano, dificultando la formación de hielo glaciar y, por otro lado, sufren una temporada de fusión estival más prolongada.
La desaparición progresiva de los glaciares en los Pirineos hace que por una parte cada vez haya menos terreno glaciar que cruzar para ascender a cumbres emblemáticas, no obstante, paradójicamente, los glaciares en estado de degradación desarrollan una serie de procesos que pueden suponer un aumento de la peligrosidad.
Por ejemplo, cada vez más habitualmente encontramos que la nieve acumulada en invierno y primavera sobre el glaciar, desaparece muy pronto, y es común encontrarnos con hielo glaciar muy duro y más difícil de cramponear. Condiciones que normalmente se dan a final del verano ahora empiezan a ser frecuentes en junio-julio. Esto es debido en parte a las condiciones ambientales (menor precipitación en forma de nieve y mayor fusión estival) así como al hecho de que los glaciares llevan décadas con tasas de acumulación muy bajas, lo que evita la presencia de nieve de años anteriores (más fácil para progresar que el hielo glaciar muy antiguo).
Otros procesos asociados a las fases terminales de los glaciares de los Pirineos son; el aumento de la pendiente de los mismos, generando un aumento de la exposición (glaciares de Aneto o Maladeta), los fraccionamientos de la masa glaciar (glaciares de Oulettes de Gaube, Taillón o Monte Perdido), los recubrimientos parciales de rocas que dificultan la progresión (glaciar de Infiernos o Llardana), y en algunos casos puntuales, el aumento de grietas (glaciar de Oulettes de Gaube).
Respecto a los colapsos glaciares, en los Pirineos no existen glaciares con grandes seracs actualmente, aunque hay que recordar que en 1953 dos personas fallecieron debido a una ruptura del serac del glaciar de Monte Perdido.
Por otra parte, sí que hay que tener en el contexto de retroceso glaciar actual, la formación nuevos lagos de montaña (como el nuevo ibón Innominato del Aneto) o los embolsamientos de agua dentro del glaciar y su posterior desagüe repentino, pueden generar procesos torrenciales de alta intensidad. Por ejemplo, en el verano 2017, trás un periodo de fusión prolongado y una tormenta, una gran avenida bajó desde el glaciar de Maladeta, erosionando parte de las morrenas de la Pequeña Edad del Hielo, y transportando bloques y agua hasta las zonas del Ibón de Paderna y el Refugio de la Renclusa, quedándose a pocas decenas de metros de un campamento. Un embolsamiento de agua englaciar (dentro del glaciar) o subglaciar (bajo el glaciar) habría generado la mayor parte de la avenida. Por suerte no hubo que lamentar pérdidas humanas, aunque sí afecciones materiales.
Otro de los elementos criosféricos que encontramos en los Pirineos y que está también cambiando rápidamente es el permafrost. El permafrost se define como suelo o roca permanentemente helado, es decir, una condición que ocurre cuando el suelo o la roca están por debajo de 0 oC. En los Pirineos, el permafrost discontinuo (cerca de 0 oC) aparece por encima de los 2800 m y el permafrost continuo (-2 oC) por encima de 3000-3100. El aumento de la temperatura del aire en las últimas décadas (especialmente la estival) ha generado una degradación del permafrost, que se ha visto reflejada en un aumento de los desprendimientos de rocas como en el cordal de Coronas-Maldito, Maladeta, o la cara Norte del Vignemale. En la cara norte del Vignemale en concreto se ha constatado la presencia de permafrost entre las cotas 2800 y 3298 m. Aunque la dinámica de desprendimientos es compleja y existen otros factores estructurales asociados, se ha observado un aumento en la frecuencia e intensidad de los desprendimientos. Un ejemplo reciente es el del Espolón Esparrets en el Monte Perdido, que sufrió un gran desprendimiento en una zona con permafrost discontinuo y posiblemente en proceso de degradación.
En los Alpes la superficie ocupada por procesos glaciares y permafrost (solo en el macizo del Mont Blanc, el permafrost cubre entre un 50 y 79 % de su superficie) es mucho mayor, por lo que se trata un terreno aún más propenso a verse afectado por los procesos arriba descritos. Esto unido a los fuertes desniveles, la presencia de infraestructuras (refugios de montaña, estaciones de esquí, teleféricos) y la gran afluencia turística y deportiva propician un potencial aumento de los riesgos ligados a las actividades de montaña.
Sin ir más lejos, un reciente trabajo (Mourey et al, 2019) ha estudiado los efectos del cambio climático en medio siglo sobre las emblemáticas rutas del libro escrito por Gaston Rebufat en 1973 “El Macizo del Mont Blanc: Las 100 mejores ascensiones. 93 de las 100 rutas han sido afectadas bien por cambios en los glaciares, desprendimientos, o por la ausencia de condiciones para ser escaladas. En general muchas de las rutas que en el pasado se podían escalar en verano desde comienzos de este siglo sólo pueden realizarse en primavera u otoño (por ejemplo nortes de las Courtes y Droites, Supercouloir, Whymper etc).
De manera cada vez más frecuente, las propias condiciones en los glaciares son complejas. La falta de rehielo y de nieve hace que los puentes sobre las grietas sean más frágiles, rimayas cada vez más abiertas, nuevas grietas en zonas somitales, así como la propia estabilidad del glaciar, en especial a las zonas con seracs y sobre pendientes pronunciadas.
Aunque las caídas de seracs son un peligro inherente a la alta montaña glaciada, ejemplos recientes como lo ocurrido en La Marmolada, Grand Combin o Grande Casse, son claros indicadores de una desestabilización rampante de estos cuerpos de hielo. La dinámica de colapsos y caídas de seracs es compleja y multifactorial, pero claramente los elementos externos que forman parte son el aumento progresivo de las temperaturas, la ocurrencia puntual de canículas – olas de calor -, y los internos, como los embolsamientos de agua, y el aumento de la temperatura por encima de 0 oC del contacto entre los glaciares de pared y la roca subyacente.
La inestabilidad glaciar se combina con la degradación del permafrost, observándose un notable aumento en la frecuencia y magnitud de los desprendimientos, siendo actualmente siete veces superior a la velocidad natural de erosión. Un ejemplo emblemático es el del Petit Dru, donde los desprendimientos han movilizado 400.000 metros cúbicos desde 1905, tres cuartas partes de ello en los procesos recientes de 2005 (caída del Pilar Bonatti) y 2011. Otras zonas icónicas y frecuentadas como la arista Cósmicos, las agujas de Chamonix, o la travesía de la Meije (Ecrins) han visto aumentada la cantidad y tamaño de los desprendimientos, hasta cambiar a menudo la propia morfología de las paredes y aristas. Otras ascensiones como la normal del Mont Blanc están viéndose gravemente comprometidas por el aumento de las caídas de rocas, en concreto en el Gran Couloir de Gouter, zona visiblemente afectada por la degradación del permafrost y una de las rutas más frecuentadas de los Alpes.
La alta montaña es inherentemente dinámica y cambiante, pero los rápidos cambios recientes deben hacernos reflexionar por una parte sobre cómo adaptarnos a la hora de realizar una actividad y también sobre cómo mitigar nuestro impacto, en nuestro modo de vida y la propia huella ambiental de la actividad que realizamos.
Las estrategias de adaptación pasan por una buena planificación de la actividad, valorando tanto la época del año como las condiciones y zonas inestables más recientes. Muchos alpinistas y guías de montaña ya han comenzado a desestacionalizar y diversificar la actividad para evitar los meses más propensos a condiciones peligrosas en según que glaciares y paredes.
Se trata, en realidad, de una oportunidad para reconstruir nuestro imaginario de la alta montaña, siendo adaptativos y flexibles, y conscientes de los procesos y cambios que se están dando. De esta manera podremos seguir admirando la grandeza de las montañas y de los paisajes alpinos que nos han hecho soñar desde hace más de 200 años.
Agradecimientos: Ixeia Vidallier, Gerardo Bielsa, Juan Vallejo y Unai Villalva.
Jose L Palomo Alvarz
Muy interesante. Magníficas fotos.