En 1890 se crea el Parque Nacional de Yosemite. El primer espacio protegido de la era moderna, un territorio libre de intervención humana y dedicado, íntegramente, a la conservación.
Otro hito, quizá menos conocido, es el nacimiento en 1971 del programa Man and Biosphere (MaB) de UNESCO y, con él, el de una figura de protección audaz en su concepción: la Reserva de la Biosfera, reconociendo lugares donde la relación del ser humano con su entorno es ejemplar y donde la sostenibilidad (un concepto que habría que esperar a 1987 para que viera la luz) es fiel a lo que sería más tarde su significado originario: un modelo de desarrollo social y económico que garantiza la funcionalidad de los ecosistemas que lo sustentan.
Este es un matiz importante porque, por primera vez, se habla de conservación con la sociedad, no a pesar de ella.
Para las áreas de montaña, espacios enormemente diversos desde el punto de vista biológico y cultural y también extremadamente vulnerables las dinámicas del cambio global, olvidadas secularmente en todas las políticas territoriales y erosionadas por la despoblación, las Reserva de la Biosfera emergen como herramientas fundamentales capaces de aportar un marco de acción y de referencia integral para hacer frente a todos sus retos, integrando las variables ambientales y sociales en un mismo modelo.
Así, no debe sorprendernos que 50 años después del comienzo del programa MaB, de las 714 Reservas de la Biosfera declaradas en el conjunto del planeta, más de 400 se sitúan en áreas de montaña. Y por una razón muy simple: además de hotspots de biodiversidad[1], en las montañas vive un 20% de la población humana, un indicador de que buena parte de su diversidad biológica y, por supuesto, la cultural, están asociadas a la presencia de población desde tiempos inmemoriales.
España, con 52, es el país que mayor número de Reservas de la Biosfera tiene declaradas a nivel mundial, destacando por densidad la montaña cantábrica. Podemos pensar que se debe a un compromiso extremo por parte de nuestro país con los valores impulsados por el programa MaB pero su desigual reparto territorial y la tozuda problemática que arrastran muchas de ellas nos hacen pensar, más bien, en el recurso frecuente a una figura de fácil adquisición, alta visibilidad y bajo coste para dinamizar territorios en crisis.
Y de esta manera han acabado sufriendo un proceso similar al del concepto de sostenibilidad: no acabando de comprender su potencial se vacían de contenido, convirtiéndose en muchos casos en simples marcos publicitarios, una mal entendida marca de calidad sustentada endeblemente. Escasamente dotadas de presupuesto -cuando lo hay-, con equipos técnicos insuficientemente dotados para abordar todas las necesidades y consideradas áreas protegidas de segunda clase, necesitan urgentemente de una revisión profunda, como recoge este artículo de lectura imprescindible.
Esta es la triste realidad de muchas de nuestras Reservas de la Biosfera. Existen honrosas excepciones como el de Mariñas Coruñesas y Terras do Mandeo, pero la situación general es el de una patente falta de compromiso y respaldo por parte de las administraciones regionales y la cotidiana frustración y sensación de provisionalidad de sus equipos de gestión, cuando se tiene la suerte de contar con ellos.
Estamos en un momento idóneo para repensar la relación con nuestro medio y para reivindicar la importancia que tienen las montañas para el conjunto de la sociedad por su capacidad de generar servicios ecosistémicos fundamentales. En este contexto, donde los retos del cambio climático y el cambio global exigen además la puesta en práctica de nuevas y viejas formas de gobernanza desde lo local, las Reservas de la Biosfera ofrecen un escenario particularmente apropiado para abordar estos retos de forma coherente.
Recuperemos para ello un poquito del sentido profundo, radical, de sostenibilidad, devolvamos a las Reservas de la Biosfera su vocación original y dotémosles de las competencias suficientes para que se conviertan en lo que siempre debieron ser: modelos de aprendizaje y coexistencia donde la humanidad debe mirarse para crecer.
[1] De los 25 hotspots de biodiversidad identificados por Conservation International, 23 se sitúan total o parcialmente en áreas de montaña https://www.conservation.org/priorities/biodiversity-hotspots
Fernando
Interesante comentario
Amelia
Buenas! No me funciona el enlace al artículo de lectura imprescindible mencionado en el artículo. Me lo podríais pasar? Mil gracias